lunes, 19 de agosto de 2013

Los ojos amarillos de los cocodrilos.

Joséphine entró en el lavabo. Se miró en el espejo. Tenía el rostro descompuesto. Su boca temblaba. Hizo correr el agua en el lavabo y hundió la cabeza. Olvidar a Luca. Olvidar la mirada de Luca. Olvidar la fría mirada de Luca que decía no la conozco. No respirar, permanecer con la cabeza en el agua. Aguantar hasta que los pulmones exploten. Ahogarse bajo el agua para olvidar que me ahogo sobre la tierra. No ha querido reconocerme. Sus pulmones comenzaban a sufrir, pero aguantaba bien. Olvidar a Luca. Olvidar la mirada fría de Luca. Esa mirada... Ni hostil ni rabiosa, no: sólo vacía. Como si no existiera... Si me hago daño, aquí, ahora, si lleno mis pulmones de agua hasta que me estallen los tímpanos, el dolor físico reemplazara al dolor mental. Es lo que hacía cuando estaba apenada, de pequeña. Se cortaba el dedo o se quemaba la piel bajo las uñas. Dolía tanto que olvidaba el otro dolor. Pensaba en el dedo dolorido, le hablaba, le mimaba, le daba besos, todas las penas se borraban con esos besos, borraban la voz de su madre que decía rechazándola: "Qué zafia eres Jo, compórtate un poco, toma ejemplo de tu hermana". O "Joséphine no tiene el brillo de su hermana, no sé qué vamos a hacer, verdaderamente esta niña no esta dotada para la vida". Ella se encerraba en su habitación , se hería y luego se consolaba. Era un ritual que seguía sin excepción. Pálida, digna, colérica. Funcionaba. Voy a encontrarme con Hortense y a olvidar la mirada de Luca. Hundió una vez más la cabeza en el agua y permaneció sin respirar, aguantando hasta el limite. Tragaba agua, pero permanecía sumergida, agarrándose al borde del lavabo. La sangre batía sus oídos, golpeaba contra sus sienes, sentía sus mandíbulas a punto de explotar.

Él la había mirado fríamente y, después, le había dado la espalda y se había alejado. Como si ella no mereciese la pena. Como si no existiese.