martes, 11 de julio de 2017

Rescatarse.

Todos deberíamos aprender a nadar solos, pero también tendríamos que tener un puerto al que regresar. No hablo de nunca echarse  a la mar, de quedarse en tierra por miedo al hundimiento. Hay que hundirse alguna vez, si no, vaya aburrimiento.

Me costó vivir lejos de algún puerto, y más cuando te das cuenta de que ni siquiera tienes lugar al que volver. Sólo vas a la deriva, sin rumbo fijo. Pero vas, y eso es más de lo que hacen muchos. Cuando pude anclar mi barco en otro puerto, tengo que admitir que me emocioné. Hasta las narices estaba de las olas, los naufragios, las tormentas y el mal tiempo.

Pero tienes que partir. De verdad.

Aprendí a sobrevivir a todas las tormentas, a vencerlas. No necesito un rescatador, siempre me rescaté a mí misma.

¿Y por qué vuelvo a puerto, entonces? Porque ahora no necesito la tierra firme, pero es lo que más deseo. Y eso es mil veces mejor que no salir nunca a alta mar.